La Laguna 8 de septiembre de 2011


No sé cuántos años  hacía que no paseaba por La Laguna. ¡Cómo ha cambiado! Está mas bonita y mejor cuidada, con sus calles peatonales y su tranvía de colores haciendo sonar su campana en medio de La Trinidad. Sin embargo, sentí nostalgia de aquella ciudad en la que viví a comienzos de los `80. Aun así fue genial  recorrer sus rincones y calles a tu lado. Todo hubiese sido perfecto si no hubiese hecho tanto calor (38 grados). Resultó divertido y agotador verlo recorrer las calles entre saltos y canciones: La Concepción de la mano de Isabel Pantoja y su “Se me enamora el alma”, La Carrera con Janet y su “Por qué te vas”, La Trinidad con tu versión particular de “Bajo el mar” y el Paraninfo con el “Chicharrero el que no bote y el Pío pío”.

Finalmente, y después de pasar por el Telepizza, nos refugiamos a  la sombra en un parque que no existía cuando yo, a tu edad, paseaba por aquellas calles. Te encontraste con una avispa y la tentación fue irresistible. Te empeñaste en cogerla y te picó. Por suerte y a pesar de tu alergia solo se te inflamó el dedo pulgar. Excusa perfecta para besar a cuanta chica guapa se cruzó en nuestro camino: _Mira, me picó una avispa_ Les decías mientras les enseñabas tu dedo rojo e hinchado. Ellas lo miraban sorprendidas, más por la confianza que por el dedo, y tú aprovechabas para depositar un suave beso sobre sus mejillas. Me miraban y yo les sonreía  a modo de disculpa.

¡Qué besucón te has hecho! Autista sí, pero, desde luego no tonto, no.  El pulgar enrojecido no se lo enseñaste a ningún joven, niño o caballero, sin embargo, detuvo la marcha y se plantó frente a los ojos de toda chica veinteañera que pasó a nuestro lado. Esta vez no di explicaciones. Ya no hace falta darlas. Hace mucho tiempo que dejaron de importarme las miradas curiosas de la gente y, desde que mudaste tu  cuerpo de niño, ya no tengo que explicar que “eres especial”. Tus aleteos, saltos y cantos te delatan. Fuimos a la farmacia a por una pomada que calmara el dolor que te dejó, como recuerdo de tu atrevimiento, la señora avispa. Y, ¡cómo no! Después de mostrar tu dedo a la farmacéutica depositaste un tierno beso en su mejilla. Ésta no tenía veinte años, a no ser multiplicados por dos, pero recibió su beso como premio por compadecerse de tu dedo. Ella y la chica que paseaba con su novio, la que se liaba un porro y unas cuantas mas. También la señora mayor que esperaba a alguien en el portal junto a la Concepción.  A ella le preguntaste si era Eloísa  (se parecía a una profe de Infantil del Aguadulce que hace casi diez años que se jubiló).  La mujer no sé asustó (reacción frecuente en las señoras mayores cuando las interpelas de improvist). Te sonrió y asintió con la cabeza. Prefiero no imaginar lo que pensó, lo cierto es que recibió  también un beso. La mujer sorprendida me miró, yo le sonreí y entonces acarició tu cara.

Tras los besos, un polo y una Coca Cola para soportar el calor.

Yo caminaba orgullosa a tu lado aunque la mayor parte del tiempo te iba a la zaga pues no puedo seguir el ritmo de tus brincos y bailes. Un perro se nos acercó y tú le miraste desafiante (nunca te han gustado mucho los perros a no ser que te sean familiares). Te ladró (puede que haya adivinado tu gusto por gritarles para asustarlos) y, por lo que fuera, a ti no te gustó. Te cambió el semblante y la tomaste con una pobre planta, rompiendo sus hojas y estrujándola entre tus manos. Yo respondí a tu conducta arrebatándote el paquete de papas que ibas devorando. Te enfadaste, intentaste quitármelo, estuviste a punto de golpear con tu puño el cristal de una ventana pero te detuve a tiempo, aplastaste de un pisotón una gran caja de cartón que estaba en medio de la calle…pero, al final: «La que manda es mamá y mamá  dice que se han terminado las papas por destrozar la planta”. Cediste.

¡Uf! Prueba superada. Frustración controlada.

He de confesar que estuve a nada de dejarme invadir por el pánico. El miedo quiso instalarse en la boca de mi estómago. Miedo a que el monstruo regresara pero tan solo asomó su patita… Pude rehacerme y adueñarme de la situación. Mantenerme firme y recordarle, recordarme, quién mandaba. Alejandro lo aceptó y el monstruo tuvo que batirse en retirada. Al llegar a La Casa Manolo Torrás, unos pocos saltos en la cama elástica bastaron para sacar afuera la frustración  y abrir las puertas a  los cantos, las risas y la alegría.

Antes de despedirnos llegó mi beso y el mejor de los regalos:

_Gracias Trinidad,  hoy he estado feliz_

Le abracé.  Yo también Alejandro. También yo he sido feliz.

Te quiero.
Mamá.

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